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La Autoestima...¿Sabes de dónde viene?

Actualizado: 17 dic 2020

Photo by Drew Hays on Unsplash

La autoestima es lo que crees cuando te dices: soy inteligente o tengo talento para la pintura o soy hermoso o puedo aprender a tocar el piano. Es eso claro...Pero también mucho más.


Mi definición de autoestima


Es el conocimiento profundo de un individuo acerca de sus habilidades, destrezas, capacidades, virtudes y defectos. Con la conciencia de ello, al enfrentar nuevos retos lo hace desde la actitud de alguien que sabe que aún cuando algo es nuevo, difícil y des


conocido cuenta con las suficientes herramientas internas para estudiar, aprender, adquirir destrezas o resolver de formas creativas aquel obstáculo que la vida le depara.


Es la certeza interna de que todo lo puede lograr con el suficiente esfuerzo y el conocimiento intuitivo de cuándo empujar los límites y cuándo dejar ir con donaire.


Es la sensación de ser alguien valioso, capaz de producir cambios positivos en su mundo. Alguien que cree en sus habilidades y fortalezas y tiene el impulso de compartirlas con los demás. Es alguien que cree en sus sueños y ve la realización de los mismos desde el día uno...en su mente. Para luego luchar activamente y moverse firmemente hacia su consecución.


Es alguien que sabe que merece amor, cuidados, compasión y es capaz de dar en consecuencia.


¿Suena hermoso no? No sólo eso...suena ideal. Y lo más lindo es que también es posible.


¿De dónde viene todo esto?


Eso es lo hermoso. Viene de esas primeras relaciones, muy muy tempranas con nuestros cuidadores primarios. Viene desde que estamos en la pancita de mamá y ella y papá están preparando el nido para recibirnos. Viene desde que nuestros padres nos esperan con amor y llenos de esperanza, escogiendo nuestro nombre y alimentando a mamá lo mejor posible para que me desarrolle adecuadamente.


Los padres somos en teoría las figuras de cuidados primarias. Digo en teoría porque seguramente conoces casos de personas cuyas figuras de cuidados primarias son la abuelita, la tía, la nana, padres adoptivos, el chofer, una maestra o alguien que llegó como bendición a la vida de esa criatura inmersa en una desesperada situación de necesidad de cuidados sustitutos. En honor a todas esas figuras sustitutas, quiero aclarar que cuando hable de mamá me estaré refiriendo a todos ellos.


Pues bien, como sabiamente afirmó el pediatra y psicoanalista Inglés Donald Winnicott, no hace falta ser una madre perfecta. Basta con ser una madre suficientemente buena. La mayoría de las madres coincidirán conmigo en el suspiro de alivio. Pero como usualmente les digo a mis pacientes...Esto es un truco.


Te cuento cómo. Una madre debe cumplir con dos roles muy importantes en la crianza del niño. Ambos de igual peso.


Photo by Kelly Sikkema on Unsplash

El rol ambiental, que es el que cuida su alimentación, que duerma lo suficiente, que esté calientito o fresco, que cumpla con las revisiones del pediatra, las vacunas, la escuela, la ropa, la rutina...Todo lo que implica que el ambiente físico del niño sea adecuado para su desarrollo.



Photo by Jordan Whitt on Unsplash

El rol emocional, que es el que consuela, anima, apoya, enseña la lectura adecuada de su ambiente, le muestra como espejo las emociones, cómo se sienten y cómo estas se llaman, le ayuda a gestionar las alegrías, los miedos, las desilusiones, el enojo y las tristezas.


Todo esto inmerso en un ambiente de satisfacción de necesidades con una dosis sana de frustración. La misma impuesta por la madre o por el ambiente.


Y todo esto, inmerso en un contexto evolutivo, dentro del cual la edad del niño y sus capacidades individuales determinan el tipo de necesidad emocional y ambiental que debe satisfacerse y las dosis de frustración que es capaz de tolerar.


En la dosis ideal, el niño crece con la certeza de que es poderoso, porque sus necesidades ejercen un control en su mundo y todo lo que le pasa es importante. Cuando su mundo no satisface sus necesidades (dosis de frustración) es capaz de autoconsolarse, regularse y decidir activamente si debe o no luchar por satisfacer esa necesidad por sí solo. Se vuelve independiente y autorregulado.


En dosis poco adecuadas -mucho o poco- usualmente se desarrollan dos escenarios: en el primero, el niño crece con desesperanza, porque en su mundo, sus necesidades -emocionales o ambientales, o ambas- no son cubiertas, lo que trae consigo la sensación interna de no merecer, de que el mundo externo es un lugar hostil y solitario y que su mundo interno no es importante y así aprende a ignorar sus emociones. En el segundo escenario, el niño crece con pseudo seguridad. Cree que merece, pero TODO. No es capaz de to


lerar un no por respuesta y cuando el mundo inevitablemente le demuestre que no siempre tendrá todo lo que quiera o necesite, se volverá amargado y triste y en el peor de los casos, delinquirá o lastimará para obtenerlo.


Lo curioso y triste es que darle absolutamente todo o darle absolutamente nada a un niño puede producir los mismos resultados.


Para este momento resulta claro que ambos roles exigen una presencia consciente e intencional por parte de la madre. Una presencia humana. Y digo humana para enfatizar el hecho de que los humanos no somos perfectos y cometemos errores. Se trata de mostrarnos como padres amorosos capaces de satisfacer y nutrir, así como de frustrar y disciplinar. Profundamente imperfectos pero capaces de reparar. Enmendar es el truco. Es de nosotros los adultos que los niños aprenden que errar es de humanos y reparar lo es más.


Ahora que sabes de dónde surge ese hermoso sentimiento de autovalía y seguridad en tí mismo te pregunto: ¿Reconoces la importancia de la familia en la producción de seres humanos amorosos, compasivos, éticos, seguros de sí mismos, capaces de mejorar este mundo?




 
 
 

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